martes, 10 de noviembre de 2015

    Este es el viaje más surrealista y esperpéntico  de cuantos he realizado. Ni en mis noches más locas de borrachera, me podía haber imaginado, que me iban a encomendar una tarea tan descabellada, estrambótica, cómica  pero a la par de tanta  responsabilidad.



familia bañándose en las inmediaciones de la frontera de Gabón

   La cuestión es que, recibo una llamada de mi amigo Jose de Madrid, y me anuncia, así, sin anestesia, que si  me  quiero  ocupar de organizar la fiesta nacional de Guinea Ecuatorial. Me lo debí de pensar así como 30 segundos. Siempre he sido muy decidido, mejor dicho siempre he sido un irresponsable, en eso aún no he madurado.


niños jugando en plan bélico ante mi presencia

Había aceptado, pero no sabía en qué  consistía mi función. La cuestión era decir si, lo demás ya se vería más tarde.



Cartel de la festividad 



 Tres días y se desveló el misterio.  Entre otras funciones debía contratar  a 10 persona con experiencia y formación  en hostelería, pero sobre todo dispuestos  a   viajar a la antigua colonia española para cubrir los fastos de su fiesta nacional, que dicho sea de paso, coincide con  nuestro  12 de octubre. 



Contacté con  10  intrépidos jóvenes de ambos sexos con excelente formación,  todos ellos antiguos alumnos de la excelente escuela de hostelería “la Cónsula” de Málaga.


   Otra función que me encomendaron era la de intendencia,  responsable de compra y de abastecimiento. Debía con mis “altos conocimientos en la materia”,   proveer a nuestros invitados de  los mejores manjares de nuestra gastronomía patria.   Eché mano de amigos, uno regentaba una bodega y distribución de vinos, otro  de productos de gorrinos de no sé bien cuantas “jotas”, otro de embutidos y delicatessem. Todo de las mejores marcas y calidad, evidentemente el precio iba acorde, esta cuestión era el menor de los problemas.


niños en la ventana.

     También me encomendaron la función de comprar cosas menos prosaicas, como cubos de basuras gigantescos, kétchup en botes tallas XXL, mayonesa para ahogar a  diez vacas, botes de especias a profusión, rollos de manteles de papel, bolsas de plástico, todo en cantidades industriales,  ollas, y todo lo que se me ocurriera, de todo y cuanto más mejor.



Una joven madre con su hija

      Organice reuniones con el personal para explicarles en qué consistiría nuestra importante misión, creo que la mitad me lo debí inventar, porque ni yo sabía a qué íbamos, pero no era cuestión de que notaran que yo estaba más perdido que ellos. Me lo tomé como una travesura más.

Había que ir, y se fue.



Esperando el bus
Llegó el día de la partida. Acordamos entre Jose y yo, que lo más conveniente era que fuese  un responsable del grupo y yo.  Cuestión de no meter a todo el grupo en un lío. El criterio que utilice para nombrar al responsable del grupo era que su nombre empezaba por E, ¿o era B?.

    Llegamos a Malabo, vía Paris,  Allí en el aeropuerto de la capital de Guinea Ecuatorial  con un calor de cojones y no sé qué  porcentaje de  humedad si 81 o 82%, nos tuvimos que zampar unas cuantas  cervezas locales. Yo ya no sabía si iba o venía. Vuelo  de apenas 45 minutos, aterrizamos en Bata capital continental de ese pequeño país, era noche cerrada y no llovía. En una  furgoneta hicimos el resto del trayecto por una buena carretera, pero no tan buena la conducción. Nuestro destino Ebebiyin, pequeña localidad en el extremo noreste del país, en la región continental del Rio Muni, y capital de la provincia Kié-Ntem, ciudad ubicada en la triple frontera con Gabón y Camerún.




    El viaje duró más de  36 horas, llegamos destrozados.

   Allí nos esperaba Juvenal, militar de alta graduación, cabo como mínimo aunque liberado de  toda tarea castrense. Él formaba parte de la seguridad de su excelencia y desde ahora  de la nuestra también.
   
   Nuestra misión se circunscribía a la formación del personal del mejor hotel de la ciudad. Personal contratado por todos los rincones de África. La recepcionista era del país Vecino,  Gabón; alta, enjuta, enteca  y por tocado una peluca móvil. El encargado de nacionalidad Etíope el inefable y eficiente  Tariku  fichaje de su excelencia. El mantenimiento corría a cargo de un camerunés con mucha voluntad pero poco material, el pobre hombre tenía que hacer magia para las reparaciones, la dirección  corría a cargo del indolente Alfonsín. 
    
    La primera en la frente. No había habitación en el hotel al que íbamos a trabajar. Con lo fundido que llegamos, no nos hubiese importado haber ido  a dormir a los mismísimos  calabozos de la comisaría. Pero no,  la providencia  y Juvenal no llevó a dormir al palacio de su excelencia.

    Creo que la palabra eufemismo se queda corta para definir aquella morada, era como una casa mata con algo más de pomposidad, cuartos de baños rococó, lavabos con dibujos florales en la porcelana y de dimensiones como  para darse un chapuzón, inodoro con ramas de olivos de color oro impresas en la base, la ducha no la recuerdo, no me debió impresionar, pero lo mejor de todo es que no había agua, era más o menos lo habitual.

     El salón  alfombrado, muebles de buena madera pero de un estilismo  como para caer en una profunda depresión,  dos columnas de escayola  con capiteles corintios presidían la estancia, en el otro extremo  dos palmeras de un resplandeciente color verde y a prueba del clima más adverso de todo África  ………¡eran de plástico!   cuestión de no manchar la alfombra.


mujer cazadora 




    Primera mañana, inspección ocular de la zona de ataque. En honor a la verdad,  el hotel era de buena construcción de amplias instalaciones y habitaciones espaciosas, la cocina amplia, luminosas y muy bien ventilada, demasiada diría yo, había más bichos dentro que en toda la selva de Guinea.

     Los primeros días nos adelantamos  el responsable del grupo, ese cuyo nombre  empieza por E  y yo. Luego vendría el grueso del equipo, así que, sin más dilación  nos metimos en materia.

    Organicé un equipo local con los efectivos que pusieron a  nuestra disposición. 

     Nos dirigimos al que sería nuestro  cuartel general,  "la cocina ", en ella nos empleamos a fondo, retiramos frigorífico, muebles, estanterías, menuda fauna vivía entre legumbres, tubérculos y hortalizas.


      En un receso, Enrique a escasa distancia  de mí, en mitad de la cocina un mueble metálico de puertas correderas,   en su interior varias baldas con cacerolas, ollas y otros enseres en eso que Enrique levanta una tapa redonda de una perola y como si hubiese activado un motor salen disparadas en todas direcciones  cientos de pequeños insectos ortópteros; cucarachas vamos,  lo más gracioso es que cada una iba en una dirección distinta  a esconderse debajo de otra olla. 


    El ataque de risa fue monumental. Cuando estoy de bajón me acuerdo de ese espectáculo  y aún hoy  me descojono.


De este mueble salieron como alma que se lleva el diablo los ortópteros 
   Existía también un arcón frigorífico, en él habían bichos de todo pelaje; con escamas,  con caparazón,  con plumas,   con corazas,  con pelos, sin pelos  y otros de Júpiter por lo raro, todos juntitos sin papel “albal”. 

  Vi con mis propios ojos, peces, aves, reptiles, armadillos, rumiantes, mamíferos, roedores, el arca de Noé versión africana.

     En dicho arcón estaban  fresquito por la noche y calentito durante el día, esto era literal, porque la electricidad dejaba de funcionar todos los días a las 9 de la mañana  y no volvía a funcionar hasta  el anochecer, de modo que, de noche  congelados, de día descongelados. ¿Cómo llaman eso en Europa? ah sí,  la cadena del frío.

      Así transcurrieron  los primeros días entre risas y agua fuerte.

     La calle bullía de vida como en toda África. Justo a la salida del hotel  había una especie de puesto a la intemperie con  sillas de plástico, allí me iba yo a charlar con la gente y a tomarme  alguna que otra cerveza local a temperatura ambiente. A  escasos metros, paraban una “furgo” de transporte colectivo. Se apea una señora de mediana edad bien vestida. A lo lejos  un bolso en su antebrazo. A medida que se acercaba, el bolso iba tomando vida propia hasta que aprecio  con total nitidez lo que portaba. Era UNA TORTUGA, una tortuga  atada con una cuerda por sus dos patas derechas la  trasera y delantera a modo de bandolera, no había visto en mi vida una forma más efectiva de llevar  una tortuga.

     Supongo que el bolso era de un único uso, y que con el caparazón se harían una hucha, digo yo.



   

    La llegada del resto del equipo varios días después fue apoteósica.  Más de 36 horas de viajes. Nos saludamos, de forma efusiva, cual expedición que se reencuentra con sus batidores. 

           Todos reunidos en el Hall del Hotel y como bienvenida un roedor de la  talla  de un gato atraviesa de punta a punta la estancia. Las niñas chillando y saltando por los sofás, bueno y algún que otro hombre también. El guirigay  de bienvenida fue de los que hacen época.

  Totalmente lógico, Enrique y yo habíamos puesto patas arriba su hábitat, la cocina.



    Unos días después, en el patio del hotel aparca un tráiler de no sé cuantos metros. En su interior material de cocina. Destacaba por encima de todo una isla de dimensiones  gigantescas, era de tal dimensión aquello, que salí a la calle a  “contratar” a todo el que pesara más  de 50 kilos   para  que nos ayudara a descargar aquella bestialidad.

    Luego quisieron cobrar, lógico. ¿Y a quién, se lo exigen? Al blanquito que los ha llamado. Lo sorteé como pude, dejándole el muerto al director.


Pequeño puesto callejero en la ciudad.
    
   Creo que Jose, compró aquello por metros, debió pensar, funcionar no sé si funciona, pero grande es de cojones. Era tal aquello, que no entraba por ningún sitio, tuvimos que introducirlo por la ventana de la cocina. Los contratados para la ocasión sudaban como pollos.

    Algún tiempo después me enteré que aquello no funcionó ni  un sólo día, las ratas se comieron los cables  mucho antes de conectarlo. Pero y lo bonito que quedó.

    En el mismo camión venía también una cámara fría del tamaño de una habitación, los chavales y otros con más cuajo se metían en su interior para notar la sensación de frio. La ventaja es que no se les notaba el morado.      

      Y regresé a Málaga.

      Una semana después volví con Jose  para los fastos.





  El hotel era un bunker, estaba repleto de embajadores, ministros y personalidades de países invitados, seguridad mucha seguridad, militares, y los blanquitos dando vueltas por todo el hotel incluidas mucha de las   zonas restringida, a más de uno les debió  saltar las alarmas.
   
      En la avenida del hotel varios cientos de metros más arriba, habían montado para las festividades una tribuna de autoridades, allí como organizadores teníamos nuestras plazas reservadas juntos con el presidente del país,  embajadores,  primeros  ministros, algún que otro reyezuelo  de tribus y personalidades muchas personalidades,  a mí la verdad me daba un poco de "yuyu"  aquello.

 La seguridad era extrema.


Mozuelas lavando la ropa en un río

      Y llegó el día D. Por aquella avenida engalanada para la FIESTA NACIONAL, desfiló con las mejores galas todo cristo, autoridades, colegiales, cooperantes y funcionarios en primer lugar y como aquello, debieron pensar, abulta poco hicieron desfilar a todo colectivo que se prestó y a los que no se prestaron también,  creo  que por esas calles  desfiló  hasta la cabra de la legión.


Paseante en las inmediaciones del hotel


     Esa  mañana despolvamos los trajes. Y para rebajar la tensión, no se  nos ocurrió otra cosa que  sacar una botella de Whisky, empezamos a contar anécdotas de esos días y otras gilipolleces, las carcajadas  aún deben  retumban en aquella habitación,  nos liamos de tal forma que se nos hizo tarde, bajamos a la calle,   era tal el gentío y la seguridad  que nos resultó imposible llegar a  la tribuna. Nos quedamos atascados en mitad de la calle con nuestros elegantes trajes azules bajo un sol de justicia. 




Creo, que  aún  no han desmontado la tribuna por si aparecemos.  

Y  mientras tanto, la fiesta nacional desfiló ante nosotros.




Texto y fotos, Salva Jiménez Palacios